Ana Calvo
Autor: EL CORREO
Hace 25 años, a muchas de vosotras casi ni os habían salido los dientes, pero España ya empezaba a caminar sola por su casi recién estrenada democracia. La Movida se vivía con fervor en la capital y en la tele se estrenaban series tan míticas como Cheers, Dinastía o Fama. Por aquel entonces, Rafael Alberti recibió el premio Cervantes de Literatura, el Gobierno de Felipe González expropió el conglomerado empresarial Rumasa a la familia Ruiz Mateos, el Pacto de Varsovia propuso a la OTAN un tratado de no agresión y en nuestro país se despenalizaron tres nuevos supuestos de aborto. Corría el año 1983 y, casi sin darse cuenta, las españolas estrenaban el Instituto de la Mujer.
Durante el último cuarto de siglo, puede que mi generación no haya notado grandes cambios. Sin embargo, las mujeres han visto como crecían en derechos y libertades y se acercaban así, pasito a pasito, a ese ideal de igualdad prometido.
En 1981 se aprobaba la Ley del Divorcio, lo que permitía que miles de mujeres, motu proprio, rompieran con una vida familiar que no deseaban. Desde 1983 hasta 2004, el número de separaciones se incrementó un 300% y el de divorcios, un 172%. Sin embargo, si una medida tuvo un efecto más que visible fue la Ley 15/2005, más conocida como Ley del Divorcio Express, que hizo que, en dos años (de 2005 a 2007), el número de casos se incrementara más del doble que en 21.
Otra parcela en la que se han experimentado grandes avances ha sido en la de la educación. En los últimos 25 años, el acceso de la mujer a todos los niveles educativos ha sido constante y hoy podemos afirmar que están mejor preparadas, académicamente hablando, que las de antaño, como demuestra el hecho de que, en el curso 2005-06, el 54,25% del alumnado universitario era femenino y el número de mujeres con estudios superiores se incrementaba en un 407% respecto a la cifra de 1982 (de algo más de 600.000, a casi tres millones y medio).
Pero, sin duda, donde el cambio ha sido más visible ha sido en el mercado laboral. Casi nueve millones de españolas se han incorporado en este tiempo al mundo del trabajo remunerado fuera del hogar y, aunque en la actualidad las mujeres siguen presentando una tasa de actividad 10 puntos inferior a la de los hombres, la diferencia se ha reducido en un 21% desde aquellos primeros años de la década de los ochenta.
Además, en el ámbito de la administración pública, el aumento de la presencia femenina ha sido más que considerable. En el Congreso, en el Senado y en los Parlamentos autonómicos, su número se ha multiplicado por ocho de 1983 a nuestros días, alcanzando su grado máximo en la última legislatura, en la que, por primera vez, hay más mujeres que hombres en el gabinete del Gobierno central.
Sin embargo, no todo son datos positivos al respecto. A pesar de que la incorporación ha sido masiva, lo cierto es que las sombras siguen cerniéndose sobre las mujeres al hablar de igualdad en el trabajo. La brecha salarial (diferencia de sueldo que no responde a razones de categoría profesional o funciones dentro de la empresa) aun roza el 30% y se sitúa por encima del 37% entre las trabajadoras no cualificadas del sector servicios, según datos del INE en su última encuesta de Estructura Salarial. Además, en el año 2007, del más de millón y medio de puestos directivos que existían en nuestro país, tanto en empresas públicas como privadas, tan sólo el 31,80% de ellos era ocupado por mujeres.
En lo que si se han hecho progresos importantes en este último cuarto de siglo es en lo que ahora se llama corresponsabilidad en las tareas del hogar. Del “me echa una mano en casa”, en el mejor de los casos, se ha pasado a la idea de “equiparación de tareas en el hogar”, al menos en la teoría. Según el informe “Las mujeres en cifras” del Instituto de la Mujer, los usos del tiempo en la pareja respecto a la familia y el trabajo han ido acercándose. Así, mientras en 1993 la diferencia entre la dedicación al trabajo doméstico de hombres y mujeres se situaba en cinco horas y media, en 2006 apenas superaba las 3 horas; al tiempo que la diferencia de tiempo dedicada al mundo laboral no alcanza si quiera las dos horas.
Aunque todavía se le supone a la mujer la mayor parte de la responsabilidad doméstica y familiar, como demuestra, por ejemplo, la diferencia sustancial entre bajas por maternidad y paternidad, y esto supone muchas veces un hándicap en el desarrollo de su carrera profesional, lo cierto es que las condiciones han mejorado de unas décadas a esta parte por la disminución del tiempo dedicado por las mujeres al trabajo doméstico y el aumento del empleado por los hombres al mismo tipo de tareas.
Sin embargo, si un dato llama la atención en estos cinco lustros por lo preocupante que resulta, es el del incremento de denuncias por maltrato de género. Si, por un lado, bien es cierto que puede traducirse como una toma de conciencia social en contra de este tipo de agresiones, lo que no se puede negar es que más de 63.000 mujeres (y esta cifra sólo se refiere a las que se atrevieron a denunciar) fueron víctimas de este tipo de abusos en 2007 y 561 han perdido la vida por este motivo en ocho años. El hecho de que, por fin, se admita y se condene como el atentado contra la integridad que es, no se puede contemplar como un dato positivo, pues sólo se podría considerar como tal una cifra: cero muerte y cero agresiones.
Otras áreas en las que las mujeres sí han experimentado cambios sustanciales son, por ejemplo, la esperanza de vida, la maternidad o el matrimonio. En el primer caso, la mejora de las condiciones sanitarias y la concienciación femenina de que vigilar la propia salud es una obligación vital ha hecho que en poco más de 20 años, la esperanza de vida haya subido más de 4 años.
En cuanto a la natalidad se refiere, el número de nacimientos por cada mil mujeres se ha reducido en más de 15 puntos porcentuales desde 1983. Además, no sólo ha cambiado la cifra de hijos por mujer, que se ha reducido de 1.94 a 1.37, sino también la edad a la que se tienen, que se ha elevado a 31 años. La importancia creciente de la carrera profesional en la vida de las españolas y el aplazamiento de la edad en la que se formalizan las relaciones de pareja, se sitúan como dos de los motivos principales de este hecho.
Si hablamos de matrimonio, los datos son reveladores: cada vez nos casamos menos, y más tarde. Si en 1985 la tasa de nupcialidad se situaba en el 5,20‰, en 2007 apenas alcanzaba el 4,7, retrasándose de 20-24 a 25-29 años la edad a la que se contrae matrimonio. Además, desde verano de 2005, se contempla la opción del matrimonio entre personas del mismo sexo, aunque en estos tres años y medio, el número de enlaces entre mujeres es notablemente menor que entre hombres.
Y es que, en estos veinticinco años, como contempla a la luz de estos datos, la vida de las españolas ha cambiado. Hemos crecido como ciudadanas, como profesionales y, sobre todo, como mujeres. Unos dirán que mucho; algunos, que suficiente; otros, que sólo un poco. Sin embargo, todo apunta a que el camino no ha hecho más que comenzar.
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