Ese antiguo oficio llamado prostitución La prostitución en países árabes y de mujeres inmigrantes, es una realidad silenciada pero real

 

Hace unas semanas, reporteros de informativos de la cadena Telecinco, mostraban una espeluznante realidad: la de menores prostitutas en burdeles de Pakistan.

Sin duda alguna, esta noticia, no debe pasar desapercibida para aquellas personas que luchamos por abolir las injusticias que destruyen los derechos fundamentales de la infancia y las mujeres.

Dicen que la prostitución es uno de los oficios más antiguos del mundo. Sobra decir que algo falla en las sociedades, cuando sigue existiendo esta práctica que victimiza y vulnera el pleno desarrollo psicosocial de quien la ejerce.

Aprovecho esta ocasión para hablar de una realidad latente, que se alimenta una vez más del género femenino para crecer. Debo intentar hacer un gran esfuerzo para ser respetuosa al sacar a la palestra un tema delicado y del que todavía mucha gente prefiere evitar comentar. Para muchos y muchas, hablar públicamente de la prostitución genera tensiones, especialmente en sociedades en donde el islam está presente de manera mayoritaria. En demasiadas ocasiones, la asunción de reconocer que la prostitución existe de manera evidente, supone poner sobre la mesa un tema que aparentemente está oculto, como si el silencio fuera capaz de borrar una realidad maldita.

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Es preciso, que desde el interior de las comunidades musulmanas, se realice un autoanálisis y autocrítica para empezar a comprender que una cosa son las enseñanzas de las Sagradas Escrituras, y otras bien distintas son algunas prácticas contrarias al islam, como es el caso de la prostitución. Si desde las “miradas occidentales” se lanzan duras acusaciones a nuestra fe, es porque aquellos países y gobiernos que se autoproclaman islámicos, así como su ciudadanía integrante, son testigos y cómplices mudos de praxis ilícitas.

El juego de la oferta y la demanda, tampoco se escapa de este terreno. Si existen prostitutas es porque existen clientes que lo demandan. Si la prostitución no fuera un negocio rentable, hace tiempo que habría desaparecido. La prostitución, mueve millones de euros al año a escala mundial, sin excepciones. De alguna u otra manera se producen beneficios económicos que no siempre llegan a parar a las mujeres que la ejercen, sino a sus proxenetas o a las empresas vinculadas al sexo, a través del tráfico ilegal de mujeres, de la pornografia, de la explotación de burdeles, casas de citas o de masajes.

La prostitución, entendida como aquella actividad a la que se dedica quien mantiene relaciones sexuales con otras personas, a cambio de dinero, es dificil de cuantificar, precisamente por ser una realidad ocultada. El perfil de las personas que terminan cayendo en la prostitución es muy variado, en función del sexo, de la tendencia sexual, del origen, de la edad, del tipo de prácticas, de la situación familiar, de la clase económica, de la historia de vida, del nivel de estudios, del país en el que se desarrolla y, un largísimo etcétera de distinciones.

Puedo aventurarme a hablar de la prostitución en Pakistan, pero no podría aportar mucho más allá de las informaciones que vierten los reportajes mediáticos o los testimonios de las ONGD presentes en la zona. No conozco de primera mano la realidad que se vive en las calles de Heera Mandi en Lahore o en los burdeles de Peshawar, en donde organismos como la International Human Rights Monitor calculan la existencia de un millón de prostitutas en el país, de las cuales casi la mitad entraron en este mundo para huir de la pobreza, doscientas cincuenta mil lo hicieron por presiones familiares o de conocidos, frente al 5% que admiten hacerlo por voluntad propia.

Tampoco puedo decir más allá de lo que traslada el periódico iraní Entekhub, cuando afirma que existen 84.000 prostitutas en las calles de Teheran y en los 250 burdeles, donde cada día una media de 60 jóvenes fugadas de sus hogares se suman a las cifras computadas del ejercicio de la prostitución.

Intento asumir como verídico el testimonio de Ali Mussawi, presidente de la ONG iraquí Keeping Children Alive, quien afirma que desde la invasión de Iraq en 2003, el número de niños que han caido en la prostitución ha aumentado vertiginosamente, alentados desde las bandas criminales; o informes de Naciones Unidas que reconocen la existencia de mujeres jóvenes que se ven obligadas a prostituirse para poder alimentar a sus familias.

Revisando por internet me sorprendió encontrar el testimonio de un emigrante español en Dubai. En su blog comentaba lo siguiente: “Y es que aquí (como en muchas otras partes, nuevamente), se aplica una doble moral para muchas cosas. Por una parte persiguen y castigan la pornografía, la infidelidad en el matrimonio, y las relaciones sexuales fuera de este; por otra parte es uno de los países más conocidos en el mundo por su prostitución. Según se comenta, la cifra de ingresos derivados de la prostitución alcanza el 30% de los ingresos de la ciudad”.

Podría seguir enumerando más países y estadísticas, con el riesgo de que perdiera credibilidad el hecho de que son datos aportados en su mayoría por “Occidente” y que como algunos no dudan en afirmar, suponen una mentira más para atacar al islam.

Es así, que desde esta esfera y la oportunidad que se me brinda desde esta plataforma, hablaré de mis propias experiencias y conocimientos labrados después de más de 15 años de intervención como Trabajadora Social, y en donde he tenido la oportunidad de acercarme a la realidad de la prostitución de diversos países. Visiones y declaraciones en definitiva, vertidas desde la óptica profesional de una mujer musulmana.

Mi primera incursión en un país árabe se desarrolló hace años en Marruecos y es ahí donde centraré mi exposición, porque tras varios años de residencia y labor, llegué a conocer más en profundidad una realidad que rompieron todos mis esquemas.

No cabe duda, que el imaginario colectivo que se construye en las mentes occidentales es el de adjudicar al género femenino árabe una subordinación al hombre, como si ésta fuera una realidad extensible a toda la población. De igual forma, se cimienta el estereotipo de concebir a las mujeres musulmanas como seres invisibles envueltos en largas prendas que cubren cada centímetro de su cuerpo, sin que tras ellas pueda salir si quiera un ápice de voz.

Como en cualquier otra experiencia, a mi llegada a Marruecos, decidí que no podría elegir una mejor forma de integración en el país que la convivir en el seno de una familia marroquí, en el calor de un hogar desde el que poder afrontar las nuevas experiencias, conocer la cultura desde dentro y aprender a adentrarme en una realidad desconocida, no como mera observadora sino partícipe en el devenir diario de la sociedad.

El primer jarro de agua fría vino de la mano de la hija mayor de la familia, a la que llamaré “Fátima”. En ese momento, en el mismo instante de conocerla personalmente, cayeron súbitamente las construcciones sobre el atuendo femenino. Esa joven, que apenas llegaba a los 20 años, se presentó ante mí con una minúscula minifalda, un top que dejaba ver su escultural figura y un corte de pelo al estilo “garçon”, cuya largura no superaba los 5 centímetros.

A través de Fátima, pude conocer esa otra parte de la realidad de algunas jóvenes marroquíes, esas que han dejado de lado la religión para intentar imitar las conductas “occidentales” y sentir así, que están liberadas. Podría contar mil y una anécdotas recabadas en casi un año de vivencia con aquella familia, y de las experiencias que pude vivir en mi tiempo libre junto a Fátima y sus amigas, pero sería demasiado extenso, así que contaré algunas de ellas.

En una ocasión, presencié una acalorada discusión entre Fátima y su madre, una mujer religiosa y modesta que se negaba a abonar 30 euros para que su hija comprase unas lentillas de color. Fátima se marchó enfurecida de la casa, por el fracaso de su petición. Regresó a las 2 horas con sus flamantes lentillas de color que luciría en la fiesta de cumpleaños.

A priori, no quise dar importancia al asunto, pensando que tal vez algún familiar le habría regalado las lentillas, pero según fue pasando el tiempo y fui conociéndola mejor, me di cuenta que Fátima, como otras tantas jóvenes marroquíes, ofrecía su cuerpo a cambio de “regalos” caros que una familia humilde no se podría permitir.

En otra ocasión, fui a dar una vuelta por la medina rabatí con Fátima y sus amigas. Paseando y viendo escaparates, Fátima, observó un vestido en una de las tiendas. Lo quería, era evidente, pero su paga semanal no alcanzaba para comprar aquel capricho. Pocos metros más adelante, un coche paró junto a nosotras. Desde la ventanilla, un hombre de mediana edad dijo algo que no llegué a entender, ella sonrió y dirigiéndose a nosotras nos pidió que la esperáramos. Se montó en el asiento de copiloto y se marchó.

Después de 45 minutos de larga espera en el mismo lugar, me empecé a inquietar por la tardanza. Pensé que aquel hombre era un conocido de Fátima, sin embargo, una de las amigas lo negó. Ahí fue cuando realmente me alarmé, por la inconsciencia de montar en el coche de un desconocido. Después de una hora y media, Fátima regresó, ataviada con aquel vestido que momentos antes, tanto había deseado.

Todo esto, me hizo recordar la conversación con un joven, Mohamed, que se ganaba la vida buscando a chicas jóvenes en las puertas de los institutos para actuar como “bailarinas” en las fiestas privadas de extranjeros, principalmente de hombres saudíes. Escuché todo tipo de anécdotas, las cuales prefiero omitir por ser realmente fuertes y escandalosas, pero a partir de ahí, se repitió una y otra vez la frase de que Marruecos es uno de los países preferidos para el Turismo Sexual, dentro del mundo árabe.

Uno de los ejemplos de este tipo de chicas, vino de la mano de una vecina próxima a mi vivienda. Un hogar caracterizado por la pobreza, en nombre de las carencias más fundamentales y básicas de subsistencia de sus miembros, pero que sin embargo, la hija, parecía una princesita salida de los cuentos de hadas. Sus ropas caras, su peluquería semanal y su coche descapotable, nada tenían que ver con el nivel de vida familiar.

Quise profundizar más, conocer más de cerca esa forma encubierta de prostitución, que de alguna u otra manera me recordaba a las famosas “Jineteras” de Cuba. No hay una transacción económica directa por el servicio prestado, pero sí una cesión del cuerpo a cambio de cumplir con el deseo de alcanzar una vida de lujo.

Todo esto, me llevó a conocer otra realidad, la del fenómeno estudiantes/prostitutas, afincadas en el barrio Agdal de Rabat. Este barrio de clase media, es conocido por el importante número de jóvenes campesinas o de otras zonas del país, que acuden a la gran ciudad para ir a la universidad. Algunas de ellas, terminan viéndose involucradas en la prostitución, de manera directa o indirecta, tal y como se refleja en el blogger Words For Change.

Conocí a varias chicas que vivían en este barrio, unas aún estudiantes, otras ya licenciadas que sin ningún tipo de escrúpulos, frecuentaban ambientes selectos en busca de hombres que no dudasen en complacer su ansia de una vida opulenta. Recuerdo la primera vez que acudí a la Casa de España en Casablanca, un espacio visitado mayoritariamente por hombres marroquíes de clase alta y chicas jóvenes, también marroquíes. El testimonio de un empresario español me encogió el corazón cuando contaba lo fácil que era mantener relaciones sexuales con jovencitas marroquíes a cambio de invitarles a cenar en restaurantes caros, de comprarles regalos o incluso, facilitarles la entrada de trabajo en alguna de sus empresas.

Me viene a la mente “Mariam”, una joven licenciada en filología española que no dudaba en aparecer en los espacios frecuentados por españoles. Su objetivo era claro, había estudiado una carrera y no dudaba querer trabajar de ello, fuese como fuese. El éxito de ver a su amiga “Mounia”, también filóloga y que había conseguido entrar a formar parte de la plantilla de la Embajada, con méritos “dudosos”, era su gran aliciente. Su pensamiento era firme “si ella lo ha conseguido, yo también puedo”.

Pero la situación de Mariam, como la de otras chicas más, terminó desencadenando en el ejercicio oficial de la prostitución, esa en la que cada relación, el cliente desembolsa una suma de dinero. Y es aquí, en este punto de “prostitución oficial”, donde la mujer asume su rol de prostituta, en un amplio abanico de opciones.

Existe una gran distinción entre la prostitución ejercida en pueblos y ciudades, tal y como pude observar en Khemisset y Azrou o en Rabat , Marrakech y Tanger. El analfabetismo y la soledad son dos de las características principales de estas mujeres. Otra cosa bien distinta, es la que se ejerce en ciudades, especialmente turísticas.

La Organización Panafricana de Lucha contra el Sida en Marruecos lanzó un escalofriante estudio sobre la prostitución en el país. Las motivaciones de las mujeres que han desencadenado en la venta de su cuerpo se basan en el grado elevado de analfabetismo y pobreza, especialmente de las mujeres provenientes de las zonas rurales.

El 59,4% de las mujeres estudiadas, tuvieron relaciones sexuales remuneradas entre los nueve y los trece años. Ese fue el caso de Oumaima, una muchacha de apenas 16 años que fue reclutada para trabajar en el servicio domestico, como interna. Poco tardó el padre de la familia en solicitarle favores sexuales a cambio de un dinero que le permitiese ganarse unos dirhams extras. Para ella no supuso ningún contratiempo. A los trece años se escapó del hogar familiar, de una aldea próxima a Fez, para adentrarse en el infierno de la calle. Para poder llevarse algo a la boca, subsistió durante años entre robos y la venta de su propio cuerpo.

En la sociedad marroquí, especialmente en las zonas rurales, es difícil que una mujer divorciada pueda subsistir por sus propios medios, lo que acarrea que un número considerable de estas mujeres terminen acogiendo la prostitución como único modo de supervivencia. Ese fue el caso de Khadija, una mujer de 42 años, madre de 3 hijos y repudiada por su marido y familia, quien la consideraba responsable del fracaso familiar.

Para otras mujeres, la prostitución a través de la emigración promete unos objetivos golosos: la acumulación de dinero en mayor cantidad y en corto espacio de tiempo.

Fue así como “Amina”, decidió emigrar a Arabia Saudí, siendo consciente de que su trabajo como cocinera serviría de tapadera perfecta para ganar y ahorrar. Una vez allá, contaba, cómo un grupo de 15 marroquíes más bailaban en un club nocturno, y si podían, intentaban llegar a algún acuerdo económico con los clientes para subir al hotel y saciar sus deseos. En pocos años, acumuló lo esperado, volviendo a Marruecos. Pero la pobreza y falta de expectativas de trabajo, incidieron en que se planteara una vez más la emigración. Y así fue como llegó a España.

La prostitución en España, caracterizada por estar compuesta en un 90% por mujeres inmigrantes, se subdivide en bloques en función de las zonas geográficas de origen. Cada zona cumple una función, una forma en definitiva de llevar a cabo las relaciones sexuales.

Hablar de prostitución marroquí en España, supone hacer un gran esfuerzo de búsqueda, ya que el estigma que carga una prostituta de origen árabomusulman es mucho mayor que al del resto de prostitutas.

Hace unos años, tuve la oportunidad de participar en un estudio sobre prostitución a nivel nacional, por lo que pude tener acceso de primera mano a conocer los testimonios de quien la ejercen y de los propios clientes. Para mi sorpresa, este estudio vino a demostrar que las mujeres marroquíes eran uno de los grupos más permisivos a las penetraciones anales. Hablo de prostitución marroquí y no de otra nacionalidad, porque es el colectivo más representativo, y al fin y al cabo, la realidad que mejor conozco.

El testimonio de “Diana”, una joven de 24 años que convivía con su madre y su tía, también prostitutas, es soprendente. En su mente, ansiaba en algun momento dejar la prostitución y casarse con un marroquí, por eso, ella solo permitía la penetración anal, para así, como decía ella, mantener intacta su virginidad.

Después de todos los años trabajando en el campo de la prostitución, habiéndome adentrado en burdeles, casas y la propia calle, sigo encontrando grandes dificultades para visibilizar la prostitución marroquí. Así como otros colectivos están más organizados y acuden frecuentemente a asociaciones de protección y atención a la prostitutas, para entre otras cosas, hacer revisiones médicas, el tema de las marroquíes es bien distinto. Ellas no acuden a estos centros, ni tampoco realizan revisiones ginecológicas, y cuando menos, se realizan las pruebas del SIDA, a pesar de que casi la mitad de estas mujeres acceden a mantener relaciones sexuales sin preservativo.

Tal vez en aquellas grandes ciudadades, donde la prostitución de calle es más evidente, es más facil encontrar a mujeres marroquíes, como es el caso de Madrid. A escasos metros de mi oficina, y simplemente asomándome a la ventana, puedo ser testigo diario de la forma de transacción de estas mujeres con sus clientes.

Si bien, no me cae de sorpresa que clientes españoles acudan al favor sexual de estas mujeres, siento cierto repudio hacia clientes árabes que no dudan en preferir elegir a sus paisanas en el trueque sexo-dinero.

De la misma manera, he de protestar ante el uso indebido del pañuelo, esa prenda que distingue a tantas mujeres musulmanas con honrabilidad. Por mucho que cueste entenderlo, existen prostitutas marroquíes que utilizan el pañuelo como reclamo sexual y que no dudan en permanecer completamente desnudas, a excepción de la cabeza, mientras complacen las perversiones de sus clientes, al menos es así como algunos de ellos lo atestiguan.

Tal vez, el colmo de estas realidades vino en manos de aquella mujer madura a la que se referían como Hajja. Para mis adentros pensé que era la forma de llamarla por haber hecho el Hajj. Cuando me explicaron, entre ironías el motivo de su apodo, sentí una gran repulsa. Según parece, el apodo “Hajja” suele ser frecuentemente utilizado en el lenguaje de calle para denominar a una mujer prostituta. “Hajja” propietaria de 3 clubs de alterne, ataviada con una chilaba y un pañuelo, se encargaba de reclutar a inmigrantes marroquíes para engrosar la oferta de sus burdeles, para, como se suele decir, renovar el género.

Pero no todas las realidades son así de frívolas e incompresibles. Cada vez más, llegan a mis oídos casos de mujeres jóvenes marroquíes, reagrupadas por sus maridos y que ante una situación de divorcio, se ven indefensas, sin un conocimiento del idioma, sin posibilidad legal de trabajar, sin un lugar donde vivir, ni recursos económicos con los que hacer frente a las necesidades básicas de cualquier ser humano. Son, por lo tanto, blanco fácil para la prostitución.

Creo que es importante hacer claras distinciones entre unas situaciones y otras. Si bien, la prostitución es una actividad claramente ilícita desde la visión islámica, la necesidad imperiosa de algunas mujeres que se refugian en su práctica como única y desesperada alternativa, nada tiene que ver con aquellas muchachas jóvenes que deciden ceder sus cuerpos para alcanzar un posicionamiento social-económico, porque su motivación responde más al capricho y lujo que a la mera necesidad de subsistencia. Ni qué decir tienen los posicionamientos como el de “Hajja” u otros tantos árabes que no dudan en aprovecharse de la necesidad de mujeres. Sus actitudes abrazan la hipocresía y la usura, algo que desde el islam es claramente ilícito y condenado.

Soy consciente de que este tema es peliagudo, que más de una persona pueda sentirse ofendida por hablar abiertamente de ello, y pido disculpas si es así, pero realmente me resulta necesario alzar la voz en un acto de rebeldía, reclamando justicia.

Es necesario generar un debate interno, que nos permita analizar y cuestionar las prácticas ilícitas que se siguen desarrollando en el seno de los países y comunidades musulmanas, viendo la forma de anular cualquier ejercicio que destruya las bases fundamentales de respeto y derechos que el islam otorga a los seres humanos, especialmente a las mujeres.

M. Laure Rodríguez Quiroga
Trabajadora Social. Directora de la Consultora Torre de Babel. Presidenta de la Unión de Mujeres Musulmanas de España.

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