Esta mujer se explica con un rigor sonriente y pausado, que acompaña con un leve aleteo de las manos a la altura de su tocado de monja de la regla de san Benito. Teresa Forcades (Barcelona, 1966) es doctora en Medicina por la Universitat de Barcelona, estudió Teología en Harvard, tomó órdenes en el monasterio de Sant Benet, a media ascensión de Montserrat, y ha escrito tres libros: Els crims de les grans companyies farmacèutiques, La Trinitat avui y La teologia feminista en la història.
Sentada en una butaca de una austeridad rectilínea, se extiende en detalles de una precisión milimétrica porque cree que "resumir es peligroso".
-¿Cómo se da el salto de una ciencia empírica como la medicina a una
disciplina como la teología?
Que llame a la medicina "ciencia empírica" es muy interesante y sintomático. En el siglo XX, con los antibióticos, la medicina descubre una capacidad científica que antes no tenía. Hasta entonces, la medicina es una ciencia de la palabra. Mi abuelo era médico y lo que se le pedía
era capacidad de escuchar, de lo que hoy llamamos empatía, y de responder a la demanda emocional del paciente. De modo que creo que hay un salto muy directo: el sufrimiento del enfermo, que plantea muchas preguntas. Es una experiencia humana muy directa, de la que me beneficio al hacer teología.
-En todo caso, ¿la teología no es una terapia?
No lo es, pero consiste en hacerse preguntas sobre lo que llamamos la realidad última. Y estas preguntas, cuando pasas por una una situación límite, acostumbran a hacerse presentes de
una forma casi inevitable.
- ¿Resulta aún más difícil unir teología y feminismo dentro de una Iglesia
dirigida por varones?
Es una situación que no resulta fácil, pero no me gustaría dar la impresión de que existe una alternativa fácil: vivir en el contexto de la iglesia.
Lo que resulta más interesante de los estudios que hago en un sentido feminista es ver los paralelismos existentes entre una sociedad que no es confesional, y tampoco oficialmente machista, y las dificultades para que se dé una igualdad real. Para mí, la pregunta más atractiva no es por qué subsiste la desigualdad en una institución conservadora por historia como la
Iglesia, sino por qué se mantiene en una estructura social sin impedimentos para lograr la igualdad.
-¿La teología feminista se produce por oposición a la machista?
Es una teología que nace de la contradicción. Se define como una teología crítica, y eso significa que hay algo que no cuadra. Pero no es una teología paralela, aunque pone de relieve la contradicción entre lo que se predica y en la práctica sucede.
-¿Cómo recibe la jerarquía eclesiástica a una monja que es teóloga y es
feminista?
Una experiencia personal no la tengo, pero, en términos generales, con suspicacia y un poco a la defensiva. Eso es con lo que topan los grupos de teólogas feministas: existe una cierta incomodidad, algo propio, por otra parte, de cualquier pensamiento que se llama crítico.
-¿La jerarquía eclesiástica le ha llamado la atención alguna vez?
No.
-Y ¿dónde queda el celibato?
En la regla de san Benito, vivir como monja implica vivir en comunidad, y eso excluye el vínculo exclusivo con una persona con la que tienes un compromiso directo. Esa opción comunitaria es la que creo que da valor a la opción por el celibato.
-Eso suena a renunciar a una experiencia completa de la vida
Eso sería así si el celibato supusiera la ausencia de la sexualidad. Pero no debemos
hablar de amputación o represión de la sexualidad, sino de experimentarla en un
contexto que no es el de la vida de pareja.
Lo cual significa que una persona célibe puede enamorarse. Y eso, ¿qué supone?
Lo mismo que para todo el mundo: que se produce una convulsión interior y que se abren una serie de posibilidades para profundizar en la subjetividad personal. Esta relación puede ser
humanamente más interesante que la que se produce en un contexto habitual.
-Admito que estoy sorprendido...
Por el hecho de ser monja, me he encontrado que en mi relación con los varones, al no existir el juego habitual de la seducción, se abren posibilidades de interactuar fuera de los roles habituales.
Eso a mí me resulta muy interesante.
-Si eso que me cuenta se lo dijera al Papa, ¿cómo reaccionaría?
Hombre, para mí fue significativo que hace 16 años el Papa propusiera a Ingrid Stampa,
profesora en Hamburgo con la que mantenía una buena relación, ser su ayudante cuando murió su hermana, con quien estaba acostumbrado a vivir.
Ella tenía 39 años y aceptó. El Papa habla en su encíclica "Dios es amor" de la
complementariedad hombre-mujer, una dicotomía con la que no estoy de acuerdo
desde una perspectiva feminista, pero él cree que las mujeres tienen una misión
diferente que cumplir, un papel de apoyo al varón. Ya ve.
Publicado por Albert Garrido